Por: Ramiro J. Choquehuanca Callisaya
¿Qué hay más allá de la tan publicitada y manipulada expresión “vivimos del día a día”? Sin duda, en un escenario de crisis multidimensional (pandemia, crisis económica, sistema de salud deficitario, campaña electoral, politización extrema, desigualdad, discriminación social, etc.) las respuestas son variadas y diferenciadas. No obstante, recurriendo a mi modesto perfil de sociólogo y, ante todo, a mi experiencia como comerciante minorista en la ciudad de El Alto, opto por buscar una respuesta más o menos sensata, desde ahí abajo, desde la informalidad.
Los/as comerciantes minoristas, los del subsuelo social
La informalidad de la economía boliviana es una realidad innegable. Desde su nacimiento, El Alto mostró un rasgo congénito con la crisis de los 80 y la carencia de empleos formales, también a causa de la corrupción de sus gobernantes. Las “michis” o insignificantes políticas de fortalecimiento económico y social departamental y nacional de las últimas décadas no han podido combatir ni mejorar el frío dato del sector informal que llega al 70%, lo que equivale a decir que 7 de cada 10 personas económicamente activas se dedican a algún rubro de la economía informal. La reducida oferta de empleo de bajísima remuneración, que sólo sirve para sobrevivir, advierte un engrosamiento demográfico y ensanchamiento geográfico mucho mayor de este sector. Sin desmerecer la importancia del desempleo de profesionales, es importante subrayar que son las personas con menos preparación educativa las que mantienen esta tendencia ascendente.
Ante un mercado laboral formal estrecho, los y las alteñas asumieron estrategias de sobrevivencia, siendo la más relevante y observable la cuenta propia. Esto supone vivir de su propio trabajo sin la mediación de un jefe o patrón que los explote y hostigue; no tener que marcar tarjeta, firmar planillas de asistencia de entrada y salida; poder llegar tarde o empezar temprano la actividad y ausentarse del “trabajo” si así se requiere, que son -por otra parte- algunas de las razones que estimulan este tipo de actividad. Ser “libres” de las presiones del jefe y las reglas institucionales que supondría el trabajo formal está siempre presente en estos sectores.
Un porcentaje muy importante de comerciantes pertenece a una generación adulta de origen aymara, con prácticas de solidaridad y reciprocidad bastante arraigadas. Aymaras urbanos (migrantes) que no rompieron del todo su conexión con las comunidades rurales. No obstante, en la última década, se observa la presencia de un número significativo de “nuevos segmentos informales”, es decir, niños, adolescentes y jóvenes, nuevas generaciones a los que llamo “alteños/as netos/as”, por haber nacido en esta ciudad y no inmigrado como sus padres. Estos nuevos segmentos informales se incorporan progresivamente a las filas del comercio informal alteño, es normal observar a personas entre 10 a 30 años de edad ofreciendo artículos variados de origen chino, peruano, chileno y muy poco producto nacional.
Pandemia y exclusión social, enfermedades de igual letalidad
En medio de esta realidad, el 10 de marzo de 2020, Bolivia reporta sus primeros casos de corona virus, dos mujeres que llegaron de Italia, una de 65 años a Santa Cruz y la otra de 60 años a Oruro. A partir de esta noticia, el gobierno nacional comenzó a promover un aislamiento total para las personas infectadas y aislamiento parcial para las no infectadas, “quédate en casa” era la consigna de “concientización”. El jueves 13 de marzo, con tres casos confirmados, el gobierno decide suspender las actividades escolares, los vuelos a Europa y prohibir la concentración de más de 1.000 personas.
Ante la disposición gubernamental poco convincente, la reacción de algunos sectores de la población –entre estos los transportistas, gente de a pie, comerciantes mayoristas, intermedios y minoristas– fue el desacato, que luego se focalizó en los últimos, los comerciantes minoristas. Sin embargo, en su momento, los sectores gremiales y del transporte fueron los más radicales, en muchas zonas comerciales se podía observar la circulación normal de vehículos y la atención del comercio sin interrupción alguna.
Pese a la “sensibilización” por parte de los medios de comunicación, redes sociales y población “consciente” que acató “disciplinadamente” la cuarentena, los sectores “rebeldes” desempolvaron la consigna argumentativa del “vivimos del día a día”, desnudando de esta manera la otra cara de la bonanza económica de los últimos años.
Por la fuerza argumentativa, impacto social, económico y político, la consigna del“vivimos del día a día” fue socializada y apropiada rápidamente por los comerciantes minoristas en casi todo el territorio nacional, quienes mostraban una actitud hostil ante la medida gubernamental. Ante la rebeldía inminente, las críticas no se dejaron esperar. Omitiendo el desacato de otros sectores y regiones de igual magnitud, mediáticamente El Alto se convirtió en el foco rojo del país. Los comerciantes minoristas fueron blanco de una infinidad de ataques por parte de diferentes sectores socioeconómicos, siendo el común denominador la discriminación social, económica, política, regional y étnica. Para unos, los “rebeldes” eran los inconscientes, desinformados, ignorantes, los “alteños”, animales o “masi-burros” (vinculándolos al MAS), mientras que para otros, eran los marginados del proceso de cambio, los que menos tienen, los necesitados, en fin,“los pobrecitos”. Así reflejaron los mensajes viralizados en las redes sociales, por un lado:“Bienaventurados los alteños que andan paseando por las calles, ellos pronto verán al señor”; “¡oh gran dios del coronavirus! Te ofrecemos algunos alteños y chapareños en sacrificio, pero calma tu furia”; “Que se declare cuarentena total en todo el país y estado de sitio en El Alto”. Por el otro lado: “Cómo para beber 3 días del carnaval tienen dinero y ahora para protegerse de no morir salen diciendo, vivimos del día a día”; “Y de pronto te das cuenta que todos quieren canasta familiar, que todos viven del día, nunca hubo proceso de cambio”; “Alguien ha visto a los ponchos rojoso a las bartolinas ayudando de alguna manera a los necesitados”.
Mientras aquello sucedía en el limbo de las redes sociales, los comerciantes minoristas dedicaban su tiempo a “vivir del día a día”, algo que aprendieron muy bien a lo largo de su vida. Poca o casi nula fue la reacción de defensa emitida por ellos mismos, a decir de los mismos comerciantes: “los ricos con sus vacaciones salen del país y traen el coronavirus y ahora nos piden a los pobres que nos quedemos en casa”. Fue la opinión de gente cercana y clase media simpatizante de estos sectores quienes establecieron cierto equilibrio en la opinión pública: “Todos insultando y tratando de reprimir a los de El Alto pero es el lugar donde no hay ni un solo infectado. Ya pues chicos, disimulen su racismo un poquito siquiera”; “La cuarentena, sin medidas adecuadas, solo sirve para que el pueblo, que sobrevive día a día, se muera de hambre encerrado”.
Así, el COVID-19, la exclusión y la discriminación social aparecieron emparentados. Mientras el COVID-19 se expande de persona a persona, ocasionando malestares (tos seca, dolor de garganta, dolor de cabeza, escalofríos y malestar general) y en algunos casos con el desenlace de la muerte, somos también portadores de una epidemia no visible, la exclusión y discriminación social persisten sin cambio, sus síntomas: repulsión, odio, rechazo e intolerancia y cuyo desenlace podría ser no solo tensiones y desacuerdos, sino enfrentamientos entre sectores de la sociedad.
La solidaridad y el individualismo también son del día a día
Ante el drama sanitario y social, más allá de los prejuicios sociales con los que se valora la reacción de algunos sectores sociales ante la emergencia sanitaria de nuestro país, es necesario comprender que en la sociedad alteña existen y conviven dos patrones, lógicas o significaciones estructuradas y estructurantes que orientan el sentir, pensar y actuar de sus habitantes y de modo particular de los comerciantes minoristas. Su vínculo al mercado de intercambio “capitalista” (“instinto” de acumulación monetaria) y su tradición “originaria” (solidaridad familiar y colectiva). Referirse a inconsciencia e ignorancia es un reduccionismo. La vida cotidiana de las personas, familias y comunidades/barrios que viven del día a día está influenciada por estas dos racionalidades coexistentes, sobrepuestas y también contrapuestas. En otras palabras, la vida de los alteños/as se rige por la combinación de prácticas recíprocas y solidarias, pero también de competencia, individualismo y egoísmo, en ocasiones exacerbados.
¿Cómo se revelan estas dos lógicas en el sentir, pensar y actuar de los comerciantes minoristas? Todo/a “flamante” trabajador/a informal ingresa a una nueva comunidad, a la “familia gremial”. En esta etapa, todos/as quisieran“comenzar con pie derecho”, en efecto, comienzan las relaciones amistosas entre comerciantes, vendedores/as y compradoras/es. De a poco se va consolidando una red social acotada y luego amplia. Cuando el grado de confianza es alto se pueden establecer relaciones de compadrazgo, vínculo social que promueve la constitución de circuitos financieros parentales múltiples (formación de socios) y permite acceder a préstamos de entidades financieras para acrecentar el capital y garantizar así la mercadería.
La solidaridad se manifiesta de múltiples maneras, mediante la conformación de asociaciones crediticias, juego de “pasanacu” e interacciones menores como fraccionamiento de monedas para el cambio, en caso de fallecimiento de un miembro se efectúan cuotas de sepelio, participación en acontecimientos sociales (fiestas grandes y pequeñas), etc. No se trata de un intercambio de bienes materiales simplemente, sino de un intercambio de sentimientos y favores, valores éticos que expresan el dar, recibir y devolver, estímulo emocional que permite mantener –por lo menos de manera temporal– los lazos interpersonales y de grupo, pese a sostener lucha y competencia desigual en un mercado caótico.
La actitud individualista y egoísta aparece juntamente con el interés de ganar. Para las comerciantes minoristas, la ganancia está asociada a la obtención de dinero (“platita”) y al máximo aprovechamiento del tiempo, dos elementos que también guían la conducta del sector informal. Muchos/as comerciantes han tenido más de un conflicto con sus compañeras/os, principalmente con aquellas/os que comercian el mismo producto. Son muchos los casos en los que la relación de compadrazgo se ha debilitado debido al incumplimiento de compromisos, de pagos a las entidades crediticias.
El aprovechamiento del tiempo se ha convertido, para los comerciantes, en un elemento central de su vida. Muchos se ausentan casi todo el día, vendedoras, transportistas y maestros de construcción salen a las 05:00 a.m. y retornan a las 21:00 p.m. (los transportistas incluso a las 11:30 p.m.) a sus casas. Por tanto, el “habitus” del que vive del día a día es construido en la calle más que en el hogar, su experiencia “callejera” es la que da sentido a su conducta. Es en la permanencia en su puesto de venta (tiempo y espacio), donde el o la comerciante representa su propia vida, la historia de su grupo o asociación, interioriza y exterioriza gestos, movimientos corporales, discursos, prácticas políticas; formas de sentir, de percibir la realidad y de valorarla.
El ser humano actúa del modo que actúa porque es resultado de las leyes del mercado capitalista que han producido desigualdad económica y social. “Irracional” e “ignorante” son términos que se podrían utilizar mejor para valorar las lógicas de control de la economía mundial, de concentración de la riqueza en pocas manos, o aquellas que determinan la invasión de naciones y guerras por la apropiación de su riqueza natural.
La peculiaridad de El Alto es que en el “Khatu” o ferias, la reciprocidad y la solidaridad se han convertido, como Simón Yampara advertía en 2006, en el alma interna de la economía de mercado que amortigua el dolor de la pobreza causado por el sistema capitalista y la imposición de la lógica de intercambio. Alma o “ajayu” hoy en día debilitada por la predominancia del intercambio de mercado y la ausencia total del Estado para regularla.
En una situación de emergencia sanitaria no es posible omitir esta realidad. El actual gobierno y nuestra sociedad en general caen en el prejuicio con los de abajo. Así como el COVID-19 es una amenaza para todos/as, para las élites económicas y para la gente acaudalada, los rebeldes que desacatan la cuarentena se constituyen en otra amenaza que también debe ser combatida. De modo que la lucha puede derivar no solo contra el COVID-19 sino también contra estos sectores que viven del día a día.
De continuar con los prejuicios, los “esfuerzos” gubernamentales, de organismos internacionales y privados, que también focalizan su atención en los sectores de “mayor riesgo”, los pobres, comerciantes minoristas, transportistas asalariados, albañiles, entre otros, serán poco efectivos a corto, mediano y largo plazo. Estos actores que inicialmente se resistieron a la cuarentena y la hicieron tambalear podrían todavía poner en jaque la cuarentena. El “vivimos de día a día” debe comprenderse en su verdadera dimensión y dejar de ser utilizado para fines gremiales, políticos, de filantropía social o de miedo a contraer el COVID-19.
En cuarentena, La Paz 16 de abril de 2020
Ramiro J. Choquehuanca Callisaya. Boliviano. Licenciado en sociología de la Universidad Mayor de San Andrés. Diplomado en Gerencia de Proyectos de Desarrollo en Salud, Postgrado de la Universidad Privada Boliviana (UPB). Cursó la Maestría en Desarrollo Social en CIDES-UMSA. Trabaja hace 13 años en el campo de la sociología de la salud. Email: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.