El mundo entero está en emergencia ante la aparición de un virus mortal, el Covid-19. Se han puesto en marcha todos los engranajes del Estado para detener el contagio y la mortalidad de la enfermedad. Policías y militares en la calles, junto a una serie de prohibiciones y regulaciones dan cuenta del panorama actual.
La crisis renueva preguntas en torno a las capacidades y roles del Estado, actualiza el viejo debate entre seguridad y libertad y abre interrogantes sobre el futuro de la democracia. Una diversidad de intelectuales han dibujado una serie de escenarios sobre lo que vendrá después de la crisis sanitaria. Para algunos se reforzara y legitimará un Estado autoritario como China y para otros se dará lugar a una sociedad alternativa al capitalismo.
De todos modos, lo que emerja de este momento histórico tendrá particulares características según cada país y dependerá de cómo se ha construido el Estado, establecido la sociedad civil y desarrollado la democracia.
Para indagar sobre estos temas Siete de Copas ha entrevistado a Gonzalo Rojas Ortuste, politólogo boliviano y autor de varios libros sobre élites, cultura política y Estado boliviano.
1- La pandemia del corona virus ha puesto al Estado en el centro del debate. Se pone en juego sus clásicos roles de entidad que protege y cuida a la población. Empero en América Latina se trata de estados débiles, ya sea porque no han logrado una plena capacidad de acatamiento de la sociedad civil, o porque tienen dificultades para extender su autoridad a lo largo del territorio, (sin mencionar su carencia de una burocracia profesional). Desde tu mirada ¿Cómo estas características del Estado afectarán a la forma en que se encarará la lucha contra la pandemia del corona virus?
Es un desafío enorme y hay que añadir que estamos apenas saliendo de un régimen populista que ha debilitado más aun las ya débiles estructuras institucionales del Estado boliviano. Como sabemos, la salud no estaba entre las prioridades del masismo gobernante. Considero que las primeras resistencias a las medidas para controlar la expansión del virus ya han amainado pues también ha habido mejor y abundante información sobre sus peligros aquí y en el mundo. Sin embargo, como tenemos un grado alto de informalidad en la economía, no hay manera de que la gente que no tiene salario y ahorros se quede tranquila en sus casas ante las severas restricciones. Por eso, las recientes medidas para mitigar esa situación (canasta familiar gratuita, etc) son imprescindibles.
Precisamente por la precariedad de nuestro sistema de salud (hasta decirlo en tales términos suena pretencioso), hemos respondido con medidas de cuarentena, primero parcial y ahora más amplia, porque con relativos pocos casos –en comparación a la mayoría de los países de la región- nuestras instalaciones hospitalarias colapsarían. Hay que destacar que el actual gobierno está actuando adecuadamente en este aspecto. La lentitud en reaccionar a tiempo, en casos como los de Italia, España y EE. UU. está pasando una altísima factura social y seguramente política.
Hay dos dimensiones no represivas del Estado que merecen mencionarse, una es la organización de trabajadores de salud –a la que nos referiremos en la respuesta 3- y otra es la del conocimiento, en particular las universidades públicas. Se conocen algunos informes sobre escenarios posibles de expansión de la pandemia (de la UMSS) y algún otro de recomendaciones de políticas públicas (de la UMSA) que, desde luego, ha de compatibilizarse con los recursos del Estado que ya no dispone de los fondos que el régimen precedente tuvo y no invirtió debidamente. Probablemente los universitarios y algunos emprendimientos privados (para construir prototipos de respiradores artificiales) se sientan más de la sociedad civil antes que estatal, pero su compromiso con lo público –antes que el origen de su fondos salariales- hace que los incorpore aquí como parte de los activos con que hay que enfrentar la crisis para evitar la catástrofe social, si se alcanzara en Bolivia los ribetes del crecimiento exponencial en la fase del contagio comunitario. Conocimiento técnico, pero que también conoce las implicaciones de un daño mayor social, es lo que quiero destacar aquí.
Por ejemplo, la profesionalidad del Secretario de Salud de la gobernación cruceña; la antítesis de las últimas apariciones públicas del alcalde de Santa Cruz. En una palabra, sabedores de las carencias del sistema de salud oficial, la propia sociedad boliviana, maximiza sus esfuerzos echando mano de lo que puede y sabe. También hay conciencia, me parece, del calamitoso estado de esa institucionalidad en salud –seguramente más que en cualquier otra- luego del dispendioso régimen que tuvo la titularidad estatal por más tiempo y más ingresos en nuestra historia.
Un ejemplo de lo antedicho es el comportamiento en Oruro con relación al virus. Fue el departamento con más caso positivos al inicio, ocho, y reaccionó con una cuarentena severa que ha permanecido en eso caso sin que aumente ninguno por más de diez días, en eso que los especialistas llaman “silencio epidemiológico”.
2- Si el Estado ha vuelto con una gran fuerza a raíz de la pandemia, cuáles son las probabilidades que no solo retorne como protector sino también como conculcador de derechos. ¿se puede plantear que, en el futuro, se dará una tensión entre seguridad y libertad?
Esta tensión es inherente a la modernidad y la democracia. En términos de valores, la modernidad es desangelarse, es la desacralización del mundo, es la concepción de que estamos arrojados al mundo por nosotros mismos, primero de manera optimista con el Renacimiento y el humanismo y muy pronto con el conflicto de valores de muy difícil o imposible compatibilización (Maquiavelo, p.e., en la mirada enfática de Isaiah Berlin). La opción por la seguridad que aparece nítidamente con Hobbes en la zaga de la guerra civil inglesa que seculariza nítidamente el gobierno manteniendo monarquía pero concentrando autoridad absoluta.
El éxito en su momento del mercantilismo e industrialismo dibujó una sociedad de abundancia donde lo que había que corregir era la desigualdad, pero no era el único mal. Las revoluciones sociales del s. XVIII al XX intentan arreglos desde la política a la protesta social. El fascismo y su debacle ya nos previno del valor supremo de la libertad y la vida, que hoy incorpora inexcusablemente a la naturaleza como mundo común. El populismo histórico (mediados s. XX) en nuestras latitudes fue más moderado y “conciliador”.
Pero es verdad que la pandemia y sus modos de enfrentarla hacen emerger miradas de valoración superior al control tecnológico de personas, en los países asiáticos, como lo hace recientemente el surcoreano Byung-Chul Han en un reciente artículo en El País (de marcada difusión en las redes). Lo mismo China que Corea del Sur, aunque sostienen ideologías y regímenes políticos distintos, comparten una cierta disposición cultural de acatamiento a la autoridad.
Como veremos adelante, habiendo un trasfondo epocal común, la pandemia, las respuestas no son idénticas y varían de manera considerable según la cultura política prevalente y el tipo de liderazgo; además, desde luego, de los recursos institucionales disponibles y el tipo de estructura socioeconómica. Insisto en estos aspectos por encima de los discursos ideológicos, cada vez menos orientadores de quiénes en verdad son los actores autonombrados.
Ante las dificultades para enfrentar con éxito una pandemia tan ubicua como la del Corona virus, las respuestas por la vía de la autoridad central e indiscutida es fácil de comprender. Y allí las ventajas de los regímenes autoritarios son evidentes, pero no son modélicos. No son tiempos propicios para la democracia, al menos no en el formato de Estado-nación a cargo de líderes más o menos ilustrados a cargo de los asuntos públicos. Entre otras cosas porque la escala de los flujos humanos es de proporciones (aspecto no querido pero evidente de lo que se llamó globalización) y porque tenemos jefes de gobierno y estados muy alejados de la imagen de estadistas mientras que los gobernados son crecientemente más informados, aunque también suceptibles a manipulaciones y emociones que posibilita tener caudillos como gobernantes.
3- Por otro lado, se habla de que en América Latina pero sobre todo en Bolivia, existe una sociedad civil fuerte, capaz de enfrentar al Estado o de desafiarlo, junto a su gran capacidad de unión y de solidaridad ¿Cuánto de estas capacidades pueden ser útiles para salir de la crisis generada por la pandemia?
Esto de la sociedad civil fuerte está en inversa relación a la fortaleza del Estado en términos de legitimidad y presencia institucional (no solo represiva) en su respectivo territorio. Con las democracias de la Tercera Ola, es indudable que aumentó la legitimidad, pero sus logros en materia de capacidades benefactoras (las del “Ogro filantrópico” de O. Paz) son más modestas. En el caso boliviano, en el régimen masista se avanzó, sobre todo al inicio, en términos de inclusión, mucho menos que el espectacular despliegue propagandístico ideológico y simbólico que en gran medida respondía a las previas preocupaciones sociales, vía reformismo social e institucional (las de la territorialización institucional: TCOs, municipios, OTBs, diputaciones uninominales), luego de la “década perdida” con la que los organismos financieros internacionales caracterizaron a los años 80s (¡justo la década de la recuperación de la democracia!). Pero entre ese despliegue discursivo ha jugado un rol central una lógica revanchista, victimista, que Evo Morales encarnó paradigmáticamente que ha marcado, de nuevo, nuestras viejas heridas del colonialismo y su zaga más visible el racismo (que a momentos toma forma regional también).
Allí están los condimentos más destacados de ciertos bolsones de rechazo a las medidas de emergencia, que coinciden –no casualmente- con los espacios de cierta protesta pro-masista en la emergencia de noviembre pasado y el consiguiente uso coercitivo de policías y militares.
Debo mencionar ahora, así sea rápidamente, a los trabajadores de la salud en Bolivia. Uno puede pensar que defienden corporativamente, como por ejemplo el magisterio, sus intereses sectoriales. Todo gremio funciona así, para eso es. Este, sin embargo, como está muy cerca a las precariedades para preservar la vida, ha desarrollado mayor sensibilidad a los contextos sociales que hacen de las carencias de salud mucho más que recursos médicos. Y por ello son “protestones” permanentes ante las dificultades y descuido estatal a tan importante función. Han liderado la protesta ante un Código de procesamiento penal a fines del 2017 con elementos represivos, que desataron una protesta social que, sumada a la derrota del intento de prórroga anticonstitucional (21F del 2016), abonaron el camino para la rebelión ciudadana que termino defenestrando a Morales Ayma y García Linera con el fraude electoral de octubre 2019. Como los/as trabajadores de salud son de perfil predominantemente de clase media, difícilmente son subsumibles en las organizaciones populares tradicionales –con el obligatorio liderazgo de los mineros- que fueron cooptadas por el “gobierno de los movimientos sociales” que realizó sistemática prebendalización, de la cual el Fondo Indígena Campesino es el más conspicuo, pero desde luego no el único.
Lo que quiero enfatizar aquí, es la existencia de una mayor variedad de organizaciones sociales a las que podemos sumar la ciudadanía movilizada, más allá o sin afiliaciones corporativas que el 21F ha gatillado. No hay que olvidar que es el voto individual de la ciudadanía el que se pretendía ignorar con el supuesto derecho humano del par de “elegidos” (en registro teológico). Hay, por tanto, una fuerte creencia en derechos ciudadanos que no tiene correspondencia simétrica con las obligaciones o deberes, que es claramente antiélite gubernamental, cualquiera sea ésta; por tanto antiestatal. Queda, empero, la posibilidad de que tome forma de comunidad, así sea pasajeramente aunque recurrente.
4- Mucho se dice que hay un antes y un después de la crisis ocasionada por la pandemia. De hecho, todos los países han cerrado sus fronteras dando lugar a una suerte de renacimiento del nacionalismo y de la xenofobia, ¿esto puede dar lugar a la aparición de corrientes nacionalistas o, por el contrario, la nueva sociedad que venga será más tolerante y abierta a la diversidad? En otras palabras ¿la sociedad que venga será más democrática y global o veremos a los países cerrados en si mismos con gobiernos poco democráticos?
Aquí hay una gran interrogante. Es verdad que las situaciones de crisis propician cambios acelerados, son los detonantes que dan lugar a cambios importantes, no simplemente efectos de inercia.
No hay duda que la magnitud del fenómeno, que digamos puso a parar –literalmente- a medio mundo o más, dando lugar al afloramiento de sensibilidad por la fragilidad de lo humano, a la vez que incertidumbre por el porvenir inmediato, incluso con expresiones espirituales profundas. El hecho de que el virus sea tan expansivamente contagioso y nos obligue al aislamiento físico nos hace valorar repentinamente el valor de la intimidad, de las expresiones de cariño, de los abrazos y contactos. Efecto paradójico éste, porque a la vez resurgen las ideas y disposiciones conexas de vigencia de fronteras nacionales, territoriales, a pesar del carácter indiscriminado del contagio –que ya sabemos no sólo para gente de mayor edad-, revelando lo artificial, en el peor sentido del término, de tales (¿micro?) identidades. Ante una pandemia de carácter mundial las fronteras de los estados nacionales surgen con gran fuerza, incluso dentro del espacio europeo que se supone es el que más habría avanzado en un cierto orden político continental. Se entienden las razones para que en cada ámbito hayan dispuestas las respuestas, con autoridades específicas, pero no deja de ser una muestra de desarreglo de escala, igualmente visible, y más doloroso, cuando se niega el acceso a los propios connacionales, como está ocurriendo en algunos países, nítidamente el nuestro.
Me gustaría referirme, en este contexto de las especificidades a los tipos de liderazgos a cargo de los estados. Los jefes de perfil más populista, al menos en nuestro continente, han subestimado los efectos de la pandemia. Ni siquiera por la experiencia previa y aleccionadora de Italia y España han actuado a la altura del desafío. Lo mismo Trump, Bolsonaro y López Obrador, con discursos ideológicos distintos han actuado con mensajes imprudentes con sus respectivas ciudadanías, con un sentido de invulnerabilidad del todo falso. La cosmopolita Nueva York hoy es un foco de la pandemia y las cifras en Brasil y México ojalá no escalen como ha ocurrido en los países precedentemente mencionados de Europa. También Johnson del Reino Unido tomó casi a broma al inicio de la presencia del virus y es visible la reacción tardía.
En comparación a la opción asiática, de intenso control tecnológico de los cuerpos, los EE.UU y el Reino Unido no tienen demasiado rezago tecnológico, pero seguramente generaría reacciones contra el “Gran Hermano” del ominoso estado policíaco que imaginara el inglés George Orwell en 1984. De ser los anglosajones referentes mundiales de la democracia representativa, hoy parece quedar más una cautela antiautoritaria, que seguramente señala los límites históricos de este formato de este tipo de democracia en ámbitos territoriales puramente o centralmente nacionales y requerirá de instituciones que puedan desarrollar formatos de red a varias escalas, que puedan modularse con flujos pertinentes; la idea de gobernanza, más que la de gobernabilidad, avanza en ello. Eso supone, además de gerentes públicos, ciudadanías activas, responsables y solidarias; lo que ciertamente está lejos de ser lo predominante hoy. El prospecto para avanzar hacia eso no es lo más probable, pero no puede descartarse tampoco, a lo mejor la hondura de la crisis y la creciente conciencia de la venidera -si es que no actuante ya- crisis ecológica ayude en dicha dirección.
5- Por último, ¿cuáles crees que sean las repercusiones de esta crisis sanitaria sobre el sistema político boliviano? ¿Puede la crisis sanitaria derivar en una crisis política?
Al estar tan cercana la crisis que dio lugar al gobierno de transición actual será decisiva. No únicamente en relación que preside la Sra. Jeanine Añez, sino al conjunto mismo de la transición. Diría más, en buena parte del mundo puede tener efectos antisistema. Y esa no es mala noticia si somos capaces de enrumbarla en lo mencionado apenas arriba.
En el plano nacional, ojalá haga más creciente el fijar prioridades en los servicios básicos, menos rutilantes que espacios de infraestructura (“las grandes obras”) que se predicaba en el régimen precedente y haya mejor disposición a invertir en servicios. Pero para no dejarnos ganar por un optimismo desmesurado, concentrémonos en las cautelas.
Habría tenido mayores posibilidades de éxito si la Presidente Añez no fuese candidata, pero un gran pacto político es todavía posible y no lo veo tan remoto, dado que los actores políticos han dado muestras de que entienden lo delicado de la situación, excepto el MAS. Y no es desdeñable ese actor.
Los dirigentes del MAS que no estaban en el inmediato círculo íntimo de Morales Ayma y García Linera y que asumieron altas responsabilidades en la Asamblea Legislativa viabilizaron la salida pactada a la crisis de noviembre. Empero, ese espíritu de colaboración ya no está presente según escuchamos en su reticencia a tratar la postergación –inevitable- de las elecciones inicialmente fijadas para mayo. Y pese a su enorme responsabilidad, los dirigentes masistas, en las precarias condiciones sanitarias del país, se permiten críticas severas al gobierno actual.
Como sienten que expresan a sectores populares amplios–y en gran medida es así- y disponen todavía de amplia mayoría (dos tercios) de la Asamblea Legislativa están en situación de presión al resto de los/as bolivianos/as, pero ya no representan esa mayoría. Aquí reside el nudo de nuestra circunstancia actual. Si, como otras veces en nuestro pasado reciente, ante un peligro mayor, nos dejamos ganar por un ataque de sensatez (como algún colega dijo) podremos enfrentar esto con acuerdos políticos básicos de sobrevivencia, incluyendo asuntos electorales. No por indeseable, empero, podemos descartar la persistencia del entrabamiento que desde luego afectará gravemente también a la clase política.
Muchas gracias por esta oportunidad de reflexionar con un cierto orden.
Gonzalo Rojas Ortuste es Cientista Político, Doctor en Ciencias del Desarrollo por el CIDES-UMSA y actualmente es Profesor Investigador del CIDES UMSA. Tiene varias publicaciones como Cultura política de las élites en Bolivia. 1982-2005 (2009); Vicente Pazos Kanki y la idea de República. Temprano mestizaje e interculturalidad democrática germinal (2012.). Bolivia como Estado soberano y democrático. Pensamiento y acción de Bautista Saavedra ( 2015). Además coordinó y escribió la introducción de Lo público en la pluralidad. (2015). También escribió “Epílogo: El Estado plurinacional frente al siglo XXI. Balance, desafíos y proyecciones” Nelson Gonzalez Ortega (Coord. y Ed.). Bolivia en el siglo XXI. (2017)