DESCENDER DEL TOPUS URANUS A LA PANDEMIA. El rol de los intelectuales latinoamericanos, la comunicación de la crisis y el debate de las agendas

Iván Mollinedo Lobatón

 

Una parte muy importante del manejo de las crisis es su comunicación. Usualmente en casos de desastres nacionales son los ministerios del ramo los que se encargan de esto. Sin embargo, en la actual crisis sanitaria el papel de estas entidades resultó manifiestamente insuficiente. Tanto en Europa como en América Latina la sociedad buscó la palabra de quienes investigan y reflexionan estos temas para orientarse ante la falta de claridad. En Europa los intelectuales, especialmente filósofos y sociólogos, ofrecieron un abanico de interpretaciones del fenómeno en desarrollo que fueron desde el escepticismo radical y paranoico, hasta el estoicismo social en pro de la resistencia ante las medidas, con una gran resonancia mediática. Pero en Latinoamérica, mayoritariamente, brillaron por su ausencia en los medios masivos, dejando la responsabilidad del análisis y la orientación de todos los aspectos de la crisis, a los medios de comunicación formales y a las redes sociales que, en mayor o menor medida desataron un barullo sin ninguna profundidad.


¿Por qué deberían jugar un rol los intelectuales latinoamericanos en la actual crisis, para qué y desde qué plataformas? Porque los intelectuales en una sociedad son los sujetos capaces de estudiar los fenómenos de la realidad con sentido crítico y de influir en ella. Evidentemente sabemos, y ya lo señaló Sartre en 1969, que el papel del intelectual en Europa es distinto del papel del intelectual en países del “tercer mundo” porque las necesidades son diversas; y, sobre todo, en momentos de crisis las sociedades suelen abrirse al cambio. De ahí la urgencia de proponer la reflexión, pero hay que contextualizar, y señalar para qué y desde dónde, objetivo de este documento, cuyas premisas recorren a los intelectuales más mediáticos de Europa durante el desarrollo de la pandemia, al inevitable consenso de la acción estatal, a la situación de la comunicación en nuestros países y a las voces dispersas de nuestros intelectuales, aspectos que devienen en una incitación a la acción comunicativa que consideramos que deberían desempeñar éstos de forma intensiva.


El arrastre de la filosofía europea


La crónica arranca antes de desatarse fatalmente la crisis de salud en Italia, desde mediados de febrero hasta la primera semana de marzo, cuando muchos intelectuales europeos desestimaron el impacto de la que hasta entonces era llamada la “epidemia china”. A la vanguardia de la incredulidad mundial se esparcía en el ambiente la opinión de algunos de los más connotados filósofos italianos de edad avanzada (G. Agamben y R. Esposito), quienes, con discursos de juvenil irreverencia, veían en las medidas del presidente Conte una forma de bio-poder foucaultiano, es decir, desproporcionadas frente a un peligro no mayor a una influenza. Entre estos debates y la oposición política una gran parte de la sociedad italiana consideró poco elegante ceder a la paura y le misure hasta que el agua llegó a sus narices. En Inglaterra el primer ministro Johnson no necesitó más que su propia porfía para relajar al país; luego enfermó, entró en terapia intensiva y ahora prevé extender las medidas. El filósofo francés Michel Onfray acusó en varios medios a Macron de tomar de entre muchas opciones las peores decisiones, “el rey está desnudo”, decía, las máscaras son inútiles porque Francia no las tiene, las pruebas son inútiles, porque no las tiene; sugería que Macron había quedado en evidencia, que “no es político”, sugiriendo así su utilidad circunstancial a los intereses liberales que desnudaban su incapacidad para manejar la crisis sanitaria. En toda Europa la moderación llegó con el rostro de la muerte y los intelectuales que asomaron la cabeza en los medios asumieron un perfil más humanista concentrándose en la búsqueda de arrobamiento espiritual de Frederic Lenoir o en la sensatez situacional, como Badieu o Berardi. Sin un enemigo particular también hubo lugar para exponer viejas tesis de cambio social bajo el nuevo contexto (S. Zizek) o posturas paranoicas de la exportación del Gran Hermano chino a Europa, como sugirió Byung-Chul Han. Estos y muchos otros intelectuales ciertamente pueden retratar el caos propio de una pandemia filosófica más que de una filosofía de la pandemia, recogiendo a E. Ruiz de Vergara, pero influyen, y con el cambio de tono, al menos con la calma en el debate, en los medios también sobrevino una relativa calma social, al menos en la sociedad no adolescente, que evidentemente lleva las riendas en Europa. Siguen los debates, pero los discursos han entrado en un marco más sutil de discusión y más constructivo, como un proceso de reconstrucción, de lo políticamente correcto.


Piloto automático averiado

 

El curso de las cosas evidenció también que dejar todo en piloto automático sería solo propio de un “bufón sociópata” como calificó Chomsky a Trump. Calificativo que aun parece sentarle bien a Jair Bolsonaro y del que algunos mandatarios (AMLO y Ortega) quieren zafar. Estoy convencido con lo visto y sucedido, con el progreso de la epidemia en Italia, que, si bien los gobiernos se equivocan, los estados no tienen muchas alternativas. Aun a mediados de marzo resonaban algunas voces que llamaban a la voluntad individual como alternativa a la coacción del Estado, como el famoso “encierro inteligente” de Holanda, pero esto les cobró hasta la fecha 28.153 contagiados y 3.143 muertos con una tasa de mortalidad de 11,13%. Como decía Savater, si nos tratan como niños es porque actuamos como niños, y solamente sacando a la policía y el ejército han logrado los países de Europa hacer respetar el llamado distanciamiento social y la cuarentena. Así, permitir que la tragedia humana sirva para conservar el derecho individual o de dique de la economía, al parecer solamente permitiría cambiar el orden de la tragedia, y quizá agravarla aún más, pues a toda tragedia humana le sucede una económica y, probablemente, más medidas restrictivas y en muchos órdenes. Razonamiento que para algunos es aún discutible.


Con el piloto automático averiado o con estado de excepción, en todo el mundo la credibilidad de los gobiernos igualmente dañó sus capacidades comunicativas, más aún en regímenes personalistas como los latinoamericanos.


Latinoamérica con gobiernos que no se hablan y muertos en las calles


En Europa, política y comunicativamente, la válvula de descompresión es la Unión Europea. Por eso, después de una relativa calma social, el debate migró de las libertades políticas, a las formas de atención cooperativa de la crisis sanitaria, y a cómo reconstruir de manera coordinada la economía. Hoy se discuten las fases sucesivas a la cuarentena bajo diferentes propuestas. Los gobiernos, a pesar de todo retomaron el control discursivo, pero con poco tiempo para frenar el impacto económico.


En Latinoamérica los plazos para un desastre mayor parece que son aún menores que en Europa, tanto según todas las proyecciones sobre el avance del Covid-19, como sobre la crisis económica, que ha comenzado como una crisis de la demanda, desempleo, contracción, recesión y que promete alcanzar la depresión. En Latinoamérica no hay instituciones supranacionales con las capacidades de la UE, o aceptables mecanismos de integración, cooperación y coordinación. Ni siquiera se pudo enterrar dignamente el cadáver de la UNASUR.
La comunicación de la crisis está en un caos total dentro y fuera de las fronteras. En gran parte del continente se ha desplazado la información y cedido espacio a disputas de populismo barato y al barullo de las redes sociales que inundan con histeria, pseudociencia y teorías conspirativas, el ámbito social del debate. Los canales de comunicación de política externa posibilitarían alguna coordinación-cooperación en Latinoamérica, pero son inexistentes.


A nivel interno el caso de Ecuador es emblemático. Hace un par de semanas la crisis desatada con muertos por las calles no fue solamente una crisis de coronavirus, fue un efecto de mala comunicación de la crisis, precipitada por el trance político que vive ese país. Todos los pasos del gobierno eran debatidos y se convertían en escenarios de disputa. Y cuando arreciaron los infectados, con una evidente debilidad del manejo comunicacional, sobrevino en la población una negativa representación de los hechos. No me refiero solo al número de contagiados, muertos o sobrevivientes. Más allá de eso fue el miedo, instalado y desatado en el conjunto de la sociedad que se apoderó también de las instituciones privadas particulares que atienden la infraestructura social, en este caso, las funerarias. En Guayaquil las funerarias colapsaron no solo por tener una capacidad rebasada, sino porque algunas suspendieron sus servicios por miedo al contagio, según informó la Asociación de Funerarias de esa ciudad. Las ciudades producen muertos todos los días, todos los meses, todo el año. Entonces los muertos “sin” coronavirus, se sumaron a los muertos “con” coronavirus. Y, claro, la crisis de comunicación devino en crisis material y el problema fue difícilmente controlado, con presos fabricando ataúdes y ataúdes de cartón. En ese estado de cosas si alguien llamaba a la calma era leninista, y si criticaba las medidas era correista.


A nivel de gobiernos nacionales, la coordinación es mínima. El presidencialismo1 regente creó relaciones bajo la mínima burocracia y bajo la circunstancia de bloques pseudoideológicos que funcionan para cuestiones de poder y muy rara vez para asuntos de interés social. Así que cada presidente hizo lo que creyó conveniente más allá del entendimiento entre izquierdas o derechas, todas vaciadas de ideología según mi punto de vista. El ejemplo más claro es que el presidente Iván Duque hace un par de semanas rechazó una donación de máquinas de detección de Covid-19 chinas de Venezuela indicando que cualquier coordinación debía hacerse vía OPS. Ya unos días atrás había rechazado cualquier coordinación sobre temas relacionados a la crisis porque no reconocía a Maduro como presidente sino a Juan Guaidó.


Algunos intelectuales latinoamericanos se manifiestan


El 4 de abril en La Jornada de México, con un estilo similar al de los filósofos europeos, es decir, alejado de las calles y la tragedia y suspendido como Sócrates en “Las nubes” de Aristófanes, Enrique Dussel proclamó el fin de la modernidad, de cinco siglos de “necro-cultura” anunciando la llegada de la “Transmodernidad” e incluso del fin del Antropoceno2 , es decir, de una nueva edad del mundo. Lo más rescatable de su trabajo, y que previamente se arrogó haber desarrollado , es la idea de que el fundamento de la ética es la vida y que el futuro mundo debe apuntar hacia su preservación.


A Rita Segato, feminista y antropóloga, la de mayor renombre de Argentina, según dicen algunos, le preocupa quién se apoderará del discurso tras el Covid. Cree que la disputa en este momento está en quién se apoderará de la narrativa de lo que pasó, “el virus es un significante vacío” y eso nos debe preocupar, señala. Resalta una especie de conciencia de la propia fragilidad que se tiene hoy. Pero a diferencia de muchos otros, que atacan las medidas del gobierno, ella asume un papel muy parecido al del intelectual orgánico gramsciano, considerando que el presidente Alberto Fernández ha convertido al Estado argentino en un “Estado materno” por la forma en la que ha llevado adelante el plan de cuidado frente a la amenaza.


María Galindo, el 26 de marzo, se manifestó en Radio Deseo con un texto que después fue compilado por un grupo español. En él, después de hablar con su clásico estilo declamatorio le cantó sus verdades al Estado patriarcal, recomendando prepararse para afrontar lo que venga con coraje libertario. Entre otras interpelaciones hace un sesgo: “¿Qué pasa si decidimos desobedecer para sobrevivir?” Podría ser ¿con qué medidas alternativas cuenta el estado o la sociedad civil? Lo que nos llevaría a un análisis causal, situacional, y de propuesta. Sin esas pamplinas de sabios bobos, como parece considerar la líder de Mujeres Creando a quienes estudian ciencias empíricas, propone: “necesitamos alimentarnos para esperar la enfermedad y cambiar de dieta para resistir”, y cita algunas recetas caseras (“coquita para resistir el hambre y harinas de cañahua, de amaranto, sopa de quinua”). Todo esto nos muestra por dónde comienza y termina el análisis, la forma. Desconoce la causa y desconoce el efecto. Para María Galindo y su sabiduría de “explorar qué nos sienta mejor” el Covid es un piojo tuerto frente a la violencia de estado que en su discurso ha antropomorfizado como macho. La resistencia decididamente hedonista que propone se sintetiza en que ya que el Covid-19 va a llegar “que nos pesque besándonos, que nos pesque haciendo el amor y no la guerra”.


Valga señalar que, en diversa medida, los textos de estas participaciones, obviamente el último con bastante irreverencia, parecen despreciar sobremanera los datos empíricos. Sin negar que alguna receta casera o tradicional pueda ser eficaz, cómo se podría demostrar que esto es mejor que una atención médica. Sabemos ahora que, de forma controlada, es decir, en instalaciones adecuadas y con todo lo que permite un sistema de salud en Europa, la tasa de mortalidad ronda un promedio del 11%. Descontrolada, es decir, sin plena cobertura médica, como podría ser el caso latinoamericano, se estima que la tasa de mortalidad alcanzaría hasta el 30% o más. Sin considerar agravantes mayores.

 

Pero destaco que participaron, y en medios de comunicación abiertos y masivos, algo que no se puede decir de una gran mayoría. Algunos, más bien se han refugiado en foros académicos como una forma de condolerse desde una comodidad burguesa. Considero que evidenciar la urgencia de estos dramas únicamente en medios exclusivos es tan desagradable como la foto del niño y el buitre de Kevin Carter. Finalmente están los intelectuales orgánicos, quienes únicamente se manifiestan en los medios para justificar o atacar políticas jugando un rol en función de la conveniencia.


Es curioso que más en Latinoamérica que en Europa los especialistas se posicionan en una altura inalcanzable, como fingiendo el síndrome del impostor. Y los temas en muchos casos siguen la trayectoria de la disputa filosófica europea de principios de febrero, un déjà vu, pero al interior de un claustro académico virtual. Los intelectuales europeos pecaron por exceso al incidir en los medios abiertos, los latinoamericanos pecan por defecto.


Intelectuales, comunicación de la crisis y formación de la agenda


Dos cosas demandan intervención en el ámbito comunicativo latinoamericano a corto y mediano plazo: la comunicación de la crisis y la formación de las agendas de políticas públicas.


Los únicos canales que parecen capaces de transmitir a la sociedad algo de serenidad y coordinar mínimas acciones humanitarias a corto y mediano plazo son los medios de comunicación y las redes académicas, donde confluyen intelectuales capaces. Los medios de comunicación porque su papel es omnipresente no solamente en estas situaciones sino continuamente. Entre 2018 y 2019 los medios con mayor credibilidad en temas políticos, económicos y sociales en Europa y Latinoamérica fueron los periódicos, la radio y la televisión, las redes sociales toman el lugar de estos medios cuando hay ausencia de información corroborable. Las redes académicas ciertamente no terminan de aterrizar, pero son lo único que nos queda. Son sus intelectuales los expertos llamados a clarificar, a darle un poco de profundidad a los debates silvestres e histéricos. Es necesario descender del topus uranus a la realidad mediática que, nos guste o no, es la realidad de este presente en el que habita la población confinada (los periódicos, la televisión y la radio). A las redes sociales también, aunque ahí las voces académicas están opacadas por el ruido. El peso institucional que tienen sociólogos, filósofos, psicólogos, etcétera, ya que muchos pertenecen a instituciones respetadas por la sociedad, como las universidades y los centros de investigación, puede constituirles rápidamente en referentes para evaluar la racionalidad de ciertas situaciones que se viven día a día en la crisis y para pensar las rutas a seguirse.


Por esto, el papel del intelectual latinoamericano que yo imagino ahora es el de un comunicador o comunicadora que lleva su experticia y debate a la sociedad por los canales masivos. La mayoría de los intelectuales ágrafos y no ágrafos son generalmente buenos comunicadores y debieran ser capaces de transmitir ideas constructivas a la población, dados los espacios que se abren potencialmente en todos los frentes.


El ciudadano precisa conocer los puntos de vista científicos y filosóficos de problemas que emergen de la pandemia tanto para recibir una buena comunicación de la crisis como para formarse un criterio alrededor de los temas más sensibles de las agendas de políticas públicas que necesariamente deben construir los gobiernos para asumir las medidas económicas, de salud y de derechos (civiles políticos y sociales) que nos esperan. En la comunicación de la crisis hay muchos temas latentes hoy, que habitualmente inundan las revistas de ciencias del desarrollo: la importancia de la mujer adulta mayor en nuestras sociedades de cuidadoras, la urgencia de la descompresión de la violencia machista, la situación de calle, la migración que afecta en nuestro continente especialmente a ciudadanos venezolanos, la ética para la convivencia, etc. Por ejemplo, la comunicación sobre salud pública es un tema de ética aplicada, eso lo internalicé como profesor de ética médica. La ética puede ser abordada desde un punto de vista muy sencillo, pues es transversal a todo el trabajo de las ciencias sociales.

 

Todo académico que se precie de serlo reconoce la diferencia entre la autonomía de la moral y heteronomía de la ética, es decir, entre una construcción autorreferente (conciencia subjetiva) y una construcción de interés social para preservar la vida, como apuntamos antes con Dussel, que se puede denominar conciencia objetiva (o intersubjetiva). Evidentemente ejemplos como este pueden y deben ser sistematizados de modo aún más sencillo para la comunicación a un amplio público. Sobre el otro asunto, las políticas públicas, tal como va la situación los gobiernos que han impuesto medidas duras han elevado su popularidad, y amenazan en convertirse en quienes configuren de manera unívoca las agendas. En momentos normales las fuerzas sociales son los actores que determinan en cierta medida la configuración de las políticas públicas porque los costes no suelen ser altos o no se concentran en las poblaciones más vulnerables. Pero en esta crisis, los costes pueden ser difusos, es decir, los pagamos todos, y los beneficios concentrados, es decir, que beneficien solo a la banca y a la empresa privada. Una gran parte de los intelectuales en ciencias sociales se da cuenta de la raíz de éstos y otros fenómenos y pueden ayudar a entenderlos.


En mis años de profesor de adolescentes me di cuenta de que un aspecto crucial para la formación democrática e incluso libertaria de una persona es tocar temas frecuentemente evitados, proponer herramientas de discusión, acercarles a los datos y desarrollar discusión. Y que es algo que no deberíamos dejar de hacer a ninguna edad. Así, tal vez un día dejemos de ser esos niños, a los que se refería Savater y el término intelectual deje de tener sentido porque lo seremos todos.

 

Padua, 14 de abril de 2020


1 Expreso aquí dos formas de entender el presidencialismo, legalmente como aspecto del régimen político y como una forma de personalismo propia de varios de los últimos gobiernos de la región que no siempre pueden caer en la denominación de caudillismo.
2 Nombre que designa desde principios de este siglo a la época caracterizada por el impacto humano sobre los ecosistemas terrestres
Hace decenios filósofos como A. Cortina, G. Bueno, F. Savater y R. Esposito dicen lo mismo.

 

Iván Mollinedo Lobatón es Licenciado en Filosofía (UMSA) y docente universitario en La Paz. Cursó la Maestría en Desarrollo Social en el CIDES-UMSA y actualmente se encuentra cumpliendo una beca de estudios en temas afines a Gobernanza y Evaluación de Políticas Públicas en la Universidad de Padua, Italia.

 


 

 


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